Cartas de alumnos y amigos del Profe Quiñones
Transcripción íntegra de la semblanza que se leyó en el concierto luctuoso en el Centro de las Artes de Apizaquito en junio de 2019.
Es difícil definir si nací músico, o me fui convirtiendo en uno más a fuerza de estar cerca de la música. Lo que puedo recordar es que desde muy pequeño estuve cerca del piano, las grabaciones de Bach, la música sinfónica, etc.
Un recuerdo importante es que los domingos, mi padre me llevaba en brazos al mercado de Nonoalco Tlatelolco —fueron muchas ocasiones— a un puesto de segunda mano, y siempre salía de allí con dos discos —solo dos— cada semana, y así formé mi propia discoteca con la música que me llamaba la atención. Ya a los cuatro años dedicaba mucho tiempo a escuchar discos o en garrapatear en el piano…
Los últimos veinte años de su vida, Xavier Quiñones —mejor conocido como el profe Quiñones— dedicó el tiempo que le dejaba libre comer y dormir a la enseñanza de la música. Lo anterior no es una exageración:
Si por algo lo recordaron los cientos de alumnos que espontáneamente se dieron cita el día después de su muerte en la que fuera su casa en Tlaxcala, fue precisamente por las clases en el aula, pero también por las que impartía siempre en su hogar o en alguno de los cafés de los portales, sin pedir nada a cambio. No nada más fue maestro, sino una figura importante en la vida de muchos de sus alumnos.
Todavía un par de semanas antes de morir, sintiéndose más mal que de costumbre y presintiendo que su fin se acercaba, se presentó en la escuela a dar clases.
Su última preocupación ante el doctor que lo auscultaba, horas antes de entrar de emergencia al hospital por última vez, fue si podría seguir haciendo lo que más le apasionaba. Por primera vez le respondieron que no.
Nunca le interesó —ni coleccionó, pero sí los tuvo— papeles que lo avalaran. Él se consideró siempre un estudiante de música y si no fuera por una carta que escribiera a petición nuestra, meses antes de su muerte, no tendríamos casi información puntual sobre su formación musical, que en realidad fue muy extensa y exhaustiva.
No siempre pudo hacer lo que le gustaba. Se llevaba bien con todo el mundo, por ello es que los más de tres lustros que trabajó, obligado por las circunstancias como burócrata en el gobierno, lo hizo como jefe de personal. Incluso durante más o menos un año en que por cuestiones de política interna lo tuvieron “congelado” en uno de esos estériles puestos, en ese momento en la Secretaría de Hacienda, para pasar el rato, escribió un librito con los datos biográficos y curiosos de todos los Secretarios de Hacienda desde la independencia hasta aquel momento, que quién sabe dónde haya quedado.
En esos años intermedios, entre que se divorciaba y empezara a dar clases en Tlaxcala, era común verlo llegar en la noche del trabajo luego de una jornada agotadora y estéril, descamisarse, prepararse un café y sentarse —delicados sin filtro a la mano— largas horas frente al instrumento de teclado que tuviera en aquel momento, ya fuera un piano, o más adelante un teclado electrónico: empezaba siempre con el clave de Bach, alguna selección de Beethoven o Chopin para luego pasar a trabajar sobre su música.
Así le daban las mil de la madrugada, dormía un par de horas y regularmente, antes de que amaneciera, ya estaba en la puerta listo para empezar otra jornada. De ese modo pasaron todos esos interminables años.
Desde mediados de los noventa había comenzado a pensar en escribir un método de armonía y contrapunto, pues consideraba que tenían ambas una inmerecida mala fama por el modo en que eran enseñadas y no por su dificultad real, pero no fue sino hasta que regresó a la docencia en Tlaxcala que dicho manual cobrara forma.
“¡El contrapunto es en realidad muy fácil!” Exclamaba mientras en diez minutos desarrollaba para su interlocutor una fuga. Pero pocos como él, que había educado su oído sin querer desde la más temprana infancia y que habiendo pasado por los rigores del entrenamiento contrapuntístico y armónico tradicional, tenía la humildad y la capacidad inventiva para tirar por la borda todo el elitismo con el que materias como estas habían sido investidas y presentarlas a sus pupilos de tal modo, que no solo estos eran capaces de aprehenderlas en únicamente cuatro semestres de enseñanza técnica, sino que incluso resultaban divertidas.
Algo habrá hecho bien mediante sus clases apoyadas por el Manual de Técnicas Musicales que escribiera y probara durante casi toda esa veintena de años en sus clases de Tratado de la forma, armonía y contrapunto e historia de la música, puesto que según comentaba orgulloso, que varios de sus alumnos, egresados de su cátedra de nivel técnico, lograban sin dificultad exentar al menos un par de años de las materias que les había enseñado en sus respectivas carreras a nivel licenciatura en renombradas facultades de música del país.
Según las cuentas que hizo en 2018, habría formado en esos últimos 19 años de su vida a más o menos unos 800 músicos.
Haciendo números, dejó hasta donde sabemos unas 90 composiciones, unos 1700 arreglos de música diversa que escribiera para los conjuntos instrumentales que en el transcurso de los años formaban los alumnos de la Escuela de Música del Estado de Tlaxcala y que le solicitaban.
Estudió piano con Klara Katz, la licenciatura en Clarinete en la escuela Nacional de Música de la UNAM con Anastasio Flores, fue clarinetista en la Orquesta Sinfónica Nacional bajo la dirección de Luis Herrera de la Fuente y de la OFUNAM de Eduardo Mata.
Fue miembro fundador del Quinteto de Alientos Mozart de la Escuela Nacional de Música de la UNAM, integrado por Mario Salinas en la flauta, Patricia Rincón Gallardo en el oboe, Jaime Hernández Lino en el fagot y Carlos Sánchez Cuara en el corno Francés; agrupación que durante sus diez años de vida presentó más de 500 conciertos a nivel nacional y que fuera la base para construir la primera orquesta sinfónica de la misma escuela.
Formó parte del coro del maestro Jorge Medina en 1968, tomó clases de piano con el maestro Néstor Castañeda sin que sepamos exactamente la fecha, y luego formó la orquesta infantil de la delegación Magdalena Contreras 1974.
Como tenía la necesidad de fundamentar su nata inclinación a producir música y no solo de ejecutarla -me decía-, a mediados de 1977 retomó el estudio. Primero como alumno de Mario Kuri Aldana, luego con Gerhard Muench, siendo graduado con honores por el maestro Humberto Hernández Medrano, de quien me contaba que luego de seis años de intenso y productivísimo estudio, un día, luego de la clase correspondiente lo invitó a comer y le dijo muy serio:
[…] “Xavier, me da gusto decirle que no hay nada más que yo pueda enseñarle, así que damos por terminado su estudio y ahora lo puedo tratar como mi amigo” y me dio la mano. Había estudiado en su excelente curso armonía, contrapunto, orquestación y algo de dirección de orquesta. Me prometió un diploma que nunca me entregó, pero yo me sentí por primera vez un músico.
Por si esto fuera poco, estudió cuatro años de piano con el Maestro Leopoldo González, entrenador de pianistas profesionales, que no concluyó, puesto que su intención no era la de ser pianista profesional y porque había nacido su hija -la última de tres-.
Si hacemos cuentas, hasta ese momento, en 1986, habría estudiado música formalmente 20 años y ejercido como tal otro tanto, “… y apenas comenzaba a entender la música, que es infinita…”.
Los siguientes 33 años los dedicaría —a veces más y al final todos— al ejercicio paciente y continuado de la música formal de concierto, con énfasis especial en el contrapunto y no olvidemos, que la importancia principal del conocimiento —y la manera en que este se acumula y llega a nuevos estadíos— es por medio de su transmisión: Xavier Quiñones enfocó sus esfuerzos muy especialmente en la docencia.
Si contabilizamos el número de seres humanos que fueron tocados por su sapiencia, por su amor por la música y por su calidad humana, podemos afirmar que cerró su ciclo de un modo admirable, y dejó sembrada la semilla de su muy personal batalla en el corazón de muchos, por lo que su legado permanecerá.
S.Q.
Hola, ¿qué tal?
No sé exactamente qué decirles... (Xavier Quiñones) fue mi maestro en la EMET por ahí del 2011-2014... Lo recuerdo con cariño, más porque fue de lo mejor que encontré en Tlaxcala... Cuando abrí la página y vi su foto casi que recordé su voz, riendo y diciéndome que dejara de hacerme menso y me pusiera a hacer mis ejercicios de bolitas... Gracias por este tributo a su trayectoria y su esencia... Muchas felicidades por este proyecto...
Mi corazón con ustedes... Atte: Nazareth
Angie López Díaz.
Muy grato el compartir las composiciones del maestro Quiñones. Quien fuera mi maestro y amigo.
En hora buena.